Centro Cultural PUCP, 3 de abril de 2009.
Pequeñas certezas, de la dramaturga mexicana Bárbara Colio, en la versión de Alberto Isola, tiene la virtud de no darnos tregua. Parafraseando al director de cine Arvin Brown, respecto de una actuación de Al Pacino sobre las cuatro tablas, la obra destruía cada ordinaria certidumbre “que hacía pedazos la línea mística que permite al público sentirse cómodo”. Y es que para mí el teatro, como lo dijo Roberto Ángeles, perturba.
Sin entrar en discusiones amplias o serias, se puede convenir en que es saludable dar por ciertos algunos aspectos de nuestra vida, en el sentido de que es práctico permitirnos algunas verdades inconmovibles y no cuestionarlo todo. Aunque deleznables, si bien se mira, son pautas para la acción, por lo que es sensato no sumar problemas adicionales y dejarse llevar por ellas.
Pero, ¿qué pasa si, de buenas a primeras, no nos dejan seguir valiéndonos de nuestras certezas? La quiebra de una sucede a la otra. ¿Qué hacer frente a ello: inmovilidad, encierro, elusión, la construcción siempre precaria de otras? Las respuestas, desde el humor negro, implacable, y el egoísmo por cada quien ver por su vida, las pone a debate esta muy interesante pieza de teatro que, en la desaparición premeditada o episódica de una persona, en sus facetas de hermano y amante, jala el hilo de la madeja.
Salvo el final feliz, innecesario, la obra me gustó mucho. La música, seleccionada por Alberto Isola, fue precisa. Aprendí a disfrutar los corridos gracias a mi amigo Oscar Aybar. Tienen esa atmósfera entre ordinaria y miserable que se acopla perfecta a las más que inverosímiles biografías de sus intérpretes, y a los que me gusta conectar, uniendo el norte con el sur, con los compadritos que mueren y que no se quejan, con las gargantas tajeadas de oreja a oreja. Esa música ruda, violenta, es Tijuana, uno de los escenarios donde ocurre la trama.
El reparto estuvo perfecto. Haydée Cáceres, Wendy Vásquez, Urpi Gibbons, Alejandra Guerra son estupendas actrices de teatro; les creemos todo. Gonzalo Molina no me convenció al comienzo, pero ello se resuelve escenas más adelante.
Declaro ser un rendido admirador de Wendy Vásquez. Su trabajo como Catherine en La Prueba (de David Auburn, en la versión de Francisco Lombardi) fue el mejor que he visto el año pasado en el caso de las actrices. Quedé exhausto con su magnífica interpretación. Los pies descalzos, recogidos, la forma de sentarse, su mirada y sus silencios, el soberbio monosílabo final con el que termina la primera parte –y en la que debió finalizar la obra-, todo en ella hacía ver el conjunto de los más atormentadores sentimientos, mientras transitaba por trozos de un pasado a ratos calmado y a ratos profundamente doloroso.
Ahora, como Sofía, está completamente distinta, en gestos y poses de dureza vulgar que se deshacen con una porción de torta de chocolate todavía caliente, a la vez que añoran la cálida mano que le acomode el cabello o la voz no menos dulce que le diga lo bonito que está su vestido nuevo. Wendy Vásquez hace que uno tenga la obligación de verla cada vez que actúa para sobrecogernos y agobiarnos con su desempeño.
Abraham García Chávarri
Pequeñas certezas, de la dramaturga mexicana Bárbara Colio, en la versión de Alberto Isola, tiene la virtud de no darnos tregua. Parafraseando al director de cine Arvin Brown, respecto de una actuación de Al Pacino sobre las cuatro tablas, la obra destruía cada ordinaria certidumbre “que hacía pedazos la línea mística que permite al público sentirse cómodo”. Y es que para mí el teatro, como lo dijo Roberto Ángeles, perturba.
Sin entrar en discusiones amplias o serias, se puede convenir en que es saludable dar por ciertos algunos aspectos de nuestra vida, en el sentido de que es práctico permitirnos algunas verdades inconmovibles y no cuestionarlo todo. Aunque deleznables, si bien se mira, son pautas para la acción, por lo que es sensato no sumar problemas adicionales y dejarse llevar por ellas.
Pero, ¿qué pasa si, de buenas a primeras, no nos dejan seguir valiéndonos de nuestras certezas? La quiebra de una sucede a la otra. ¿Qué hacer frente a ello: inmovilidad, encierro, elusión, la construcción siempre precaria de otras? Las respuestas, desde el humor negro, implacable, y el egoísmo por cada quien ver por su vida, las pone a debate esta muy interesante pieza de teatro que, en la desaparición premeditada o episódica de una persona, en sus facetas de hermano y amante, jala el hilo de la madeja.
Salvo el final feliz, innecesario, la obra me gustó mucho. La música, seleccionada por Alberto Isola, fue precisa. Aprendí a disfrutar los corridos gracias a mi amigo Oscar Aybar. Tienen esa atmósfera entre ordinaria y miserable que se acopla perfecta a las más que inverosímiles biografías de sus intérpretes, y a los que me gusta conectar, uniendo el norte con el sur, con los compadritos que mueren y que no se quejan, con las gargantas tajeadas de oreja a oreja. Esa música ruda, violenta, es Tijuana, uno de los escenarios donde ocurre la trama.
El reparto estuvo perfecto. Haydée Cáceres, Wendy Vásquez, Urpi Gibbons, Alejandra Guerra son estupendas actrices de teatro; les creemos todo. Gonzalo Molina no me convenció al comienzo, pero ello se resuelve escenas más adelante.
Declaro ser un rendido admirador de Wendy Vásquez. Su trabajo como Catherine en La Prueba (de David Auburn, en la versión de Francisco Lombardi) fue el mejor que he visto el año pasado en el caso de las actrices. Quedé exhausto con su magnífica interpretación. Los pies descalzos, recogidos, la forma de sentarse, su mirada y sus silencios, el soberbio monosílabo final con el que termina la primera parte –y en la que debió finalizar la obra-, todo en ella hacía ver el conjunto de los más atormentadores sentimientos, mientras transitaba por trozos de un pasado a ratos calmado y a ratos profundamente doloroso.
Ahora, como Sofía, está completamente distinta, en gestos y poses de dureza vulgar que se deshacen con una porción de torta de chocolate todavía caliente, a la vez que añoran la cálida mano que le acomode el cabello o la voz no menos dulce que le diga lo bonito que está su vestido nuevo. Wendy Vásquez hace que uno tenga la obligación de verla cada vez que actúa para sobrecogernos y agobiarnos con su desempeño.
Abraham García Chávarri