Sunday, April 12, 2009

Pequeñas certezas


Centro Cultural PUCP, 3 de abril de 2009.

Pequeñas certezas, de la dramaturga mexicana Bárbara Colio, en la versión de Alberto Isola, tiene la virtud de no darnos tregua. Parafraseando al director de cine Arvin Brown, respecto de una actuación de Al Pacino sobre las cuatro tablas, la obra destruía cada ordinaria certidumbre “que hacía pedazos la línea mística que permite al público sentirse cómodo”. Y es que para mí el teatro, como lo dijo Roberto Ángeles, perturba.

Sin entrar en discusiones amplias o serias, se puede convenir en que es saludable dar por ciertos algunos aspectos de nuestra vida, en el sentido de que es práctico permitirnos algunas verdades inconmovibles y no cuestionarlo todo. Aunque deleznables, si bien se mira, son pautas para la acción, por lo que es sensato no sumar problemas adicionales y dejarse llevar por ellas.

Pero, ¿qué pasa si, de buenas a primeras, no nos dejan seguir valiéndonos de nuestras certezas? La quiebra de una sucede a la otra. ¿Qué hacer frente a ello: inmovilidad, encierro, elusión, la construcción siempre precaria de otras? Las respuestas, desde el humor negro, implacable, y el egoísmo por cada quien ver por su vida, las pone a debate esta muy interesante pieza de teatro que, en la desaparición premeditada o episódica de una persona, en sus facetas de hermano y amante, jala el hilo de la madeja.

Salvo el final feliz, innecesario, la obra me gustó mucho. La música, seleccionada por Alberto Isola, fue precisa. Aprendí a disfrutar los corridos gracias a mi amigo Oscar Aybar. Tienen esa atmósfera entre ordinaria y miserable que se acopla perfecta a las más que inverosímiles biografías de sus intérpretes, y a los que me gusta conectar, uniendo el norte con el sur, con los compadritos que mueren y que no se quejan, con las gargantas tajeadas de oreja a oreja. Esa música ruda, violenta, es Tijuana, uno de los escenarios donde ocurre la trama.

El reparto estuvo perfecto. Haydée Cáceres, Wendy Vásquez, Urpi Gibbons, Alejandra Guerra son estupendas actrices de teatro; les creemos todo. Gonzalo Molina no me convenció al comienzo, pero ello se resuelve escenas más adelante.

Declaro ser un rendido admirador de Wendy Vásquez. Su trabajo como Catherine en La Prueba (de David Auburn, en la versión de Francisco Lombardi) fue el mejor que he visto el año pasado en el caso de las actrices. Quedé exhausto con su magnífica interpretación. Los pies descalzos, recogidos, la forma de sentarse, su mirada y sus silencios, el soberbio monosílabo final con el que termina la primera parte –y en la que debió finalizar la obra-, todo en ella hacía ver el conjunto de los más atormentadores sentimientos, mientras transitaba por trozos de un pasado a ratos calmado y a ratos profundamente doloroso.

Ahora, como Sofía, está completamente distinta, en gestos y poses de dureza vulgar que se deshacen con una porción de torta de chocolate todavía caliente, a la vez que añoran la cálida mano que le acomode el cabello o la voz no menos dulce que le diga lo bonito que está su vestido nuevo. Wendy Vásquez hace que uno tenga la obligación de verla cada vez que actúa para sobrecogernos y agobiarnos con su desempeño.


Abraham García Chávarri

Tuesday, April 07, 2009

FUJIMORI: 2032


Hoy se dictó la sentencia más importante en la historia de nuestro país. Hoy se condenó a veinticinco años a un ex presidente, a un mandatario que usó y abusó de su poder omnímodo, a un tipo cobarde que destruyó cualquier vestigio de institucionalidad existente en nuestro país, que cometió sin lugar a dudas crímenes de lesa humanidad.

Antes de dictarse la sentencia (y después de dictarse ésta) se ha dicho mucho sobre el legado fujimorista en la historia de nuestro país. Es cierto, nadie puede negar los grandes avances que tuvimos, después de haber sufrido esos infaustos años ochenta. Claro, tampoco debemos olvidar que si bien en los años noventa se avanzó en muchos aspectos, también hubo muchos retrocesos. Si bien nos acercamos al progreso en términos económicos, en los aspectos sociales y jurídicos nos hundimos en la más sucia de las cloacas. No caigamos pues en el juego de considerar que Fujimori fue un gran presidente, porque ciertamente estuvo muy lejos de serlo.

Mucho también se ha hablado de “juicio político” o “juicio mediático” o de la “venganza de los caviares”. Primero, el juicio ha sido impecable, por lo que debe ser dejado de lado cualquier cuestionamiento a la independencia o calidad de los vocales o de las garantías procesales que tuvo el inculpado.

¿Y de qué presiones políticas se habla? ¿Acaso el fujimorismo no está aliado con el poder político vigente? ¿Acaso no dicen que los “caviares” no representan a nadie? ¿De qué presiones hablamos, de qué venganza, de qué persecución? ¿Tal vez se refieran acaso a lo sufrido por Gorriti o Dyer cuando fueron secuestrados? ¿Tal vez hablan de las constantes injurias que sufrieron los familiares de los desaparecidos de La Cantuta y los muertos de Barrios Altos, incluido un niño? ¿Tal vez se refieran a todas las atrocidades cometidas en la década de los noventa? ¿Se referirán a ese tipo de persecución y venganza?

Igualmente, la prensa o los medios de comunicación han mostrado rostros amables o hasta simpatizantes a favor del reo y de su familia. Basta pues leer a De Althaus o Mariátegui, revisar pasquines tales como “La Razón” o “Expreso”, oír en la radio cualquier programa de RPP en el que aparezca Raúl Vargas, ver a Bayly o nuevamente a De Althaus, o las entrevistas siempre complacientes a los representantes del fujimorismo, entre otras perlas. Así, de haber existido presión mediática, ésta vino de los sectores naranjas y su prensa afín. La mención a un “juicio mediático” suena a burla, viniendo sobre todo de las bocas de aquellos que no dudaron un segundo en comprar conciencias y líneas editoriales, o en poner en oferta las suyas.

Los argumentos para la absolución de Fujimori tuvieron poco de jurídicos, y pretendieron señalar que como éste realizó labores favorables para el Perú, cualquier “error” cometido debía ser automáticamente perdonado. Con ello, tácitamente se admite la culpabilidad del reo, pero se apela a las partes positivas de su gobierno, a efectos de soslayar o ignorar la importante y terrible parte negativa. Así, quienes hablaban de juicio político son los primeros en utilizar argumentos políticos para obtener un resultado favorable. Pero, ¿qué esperamos?, el fujimorismo nunca se ha caracterizado por la coherencia.

Se habla también de “excesos necesarios” o “costos de la guerra” o que “había que atacarlos como ellos nos atacaron a nosotros”. ¿Es un costo de guerra la muerte de un niño inocente? ¿Quizá se justificaba la muerte de personas que festejaban sin tener vínculo alguno con organizaciones terroristas? ¿Es un “error” la muerte premeditada de jóvenes que descansaban después de un día de universidad? ¿Era realmente necesario? ¿Se puede poner el Estado al mismo nivel que los criminales que combate y cometer los mismos excesos que condena? Los que dicen tales barbaridades carecen de la empatía que todo ser humano debería tener, o simplemente no les interesa que sus propios hijos, padres o hermanos mueran por un “bien mayor”, o no son mejores que toda la lacra terrorista que atacó a nuestro país.

Lo que sigue es ciertamente complicado. Se viene la apelación, las verdaderas presiones políticas y mediáticas. Se aproxima la campaña por la presidencia (¿o por el indulto de su padre?) de Keiko Fujimori (que tendría que explicar cómo pagó sus estudios y la razón por la cual permitió tantos maltratos a su madre), las voces feroces de los canallas de siempre, la genuflexión habitual de la mayoría de la prensa, la amnesia colectiva que sufrimos los peruanos, el apoyo de los sectores más conservadores del Perú (incluida la iglesia católica y las fuerzas armadas y policiales) y los grupos de poder económico tan comprometidos con su bolsillo pero tan poco con el desarrollo del país. La lucha por un país mejor no ha culminado, recién empieza y será muy dura de ahora en adelante.

Hoy ha sido un día para la historia, un día para estar orgullosos. Hoy, el sueño que algunos tenemos de un país justo e igualitario parece estar un poco más cercano. Hoy se ha probado que, a pesar de vivir en el país de los tristes imposibles, la justicia se puede y debe imponer. Y donde nadie, absolutamente nadie, debe estar por encima de la ley. Hoy es un día hermoso, es un día de justicia.


Jorge Orlando Ágreda Aliaga
BlogsPeru.com