Thursday, September 14, 2006

Traición, Harol Pinter y Jorge Castro


1
¿Por qué Vanessa Saba no puede conmovernos? ¿Acaso será su voz grave, retumbante, la que nos distancia?, ¿o más bien su delicado, como frío, rostro perfecto esculpido en mármol? Nos seducen su belleza lánguida, la elegancia de sus formas manieristas, su cuello altivo, pero nos incomodan sus ausencias. No hemos encontrado, hasta ahora, ese necesario revoltijo de emoción, dolor, fuego o pasión, irracionalidad o taquicardia que sus distintos personajes precisaban. Todo es monocorde, blanco, lineal, detenido, sin vida. No transmite nada. No nos convence.
Así, hemos visto a Vanessa Saba vestida de gala en El avaro, La importancia de llamarse Ernesto y Esperando a Picasso (además de prostituta en Venezia y joven veraniega en Las vacaciones de Betty). Ahora la observamos de traje negro inmejorable, ropa de dormir de satén rojo o en un muy diminuto, a la vez que turbador, conjunto blanco de algodón. Es una modelo perfecta, pero nunca nos ha producido una sola lágrima. ¿Debemos culpar a Vanessa Saba por no atormentarnos? Yo creo que sí; nos lo debe.

2
Para Samuel Taylor Coleridge –dice Edward Wright-, “la auténtica ilusión del escenario... consiste más que nada, no en pensar que hay allí un bosque, sino en renunciar a la idea de que eso no es un bosque”. Si la naturalidad es una buena virtud para el teatro, Eduardo Cesti está genial en su, lástima, muy pequeño papel de insistente mesero italiano en un restaurante de Londres. Miguel Iza (Robert) tiene momentos memorables, sobre todo en la difícil cena con su buen amigo y, a la vez, amante de su esposa. Verlo inquieto, por desbordarse y encorsetado en una compostura que debe cumplir, es delicioso. También están Paul Vega (Jerry), que es correcto, y Vanessa Saba (Emma), sin novedad. La pareja, en el matrimonio y fuera de él, es el tema al que vuelve en esta ocasión el director de la muy buena Desvío 2, Jorge Castro Fernández.
Como es costumbre, el paso de una escena a otra está dado por un conjunto de ritos y formalidades repetidos una y otra vez sin ninguna variación (ellos me recuerdan la época de mi paso adolescente como acólito en las misas de los domingos por la mañana). En la oscuridad, los jóvenes anónimos vestidos de sombra desarman el mobiliario escenográfico y construyen otro en riguroso silencio. Trajinan y disponen, callados, mesas, sillas, camas, veladores. Pero en esta oportunidad, dos de ellos salen del letargo. En medio de su quehacer, en el paso de la escena ocho a la nueve, levanta cada uno la copa dejada por los actores, hacen entre ellos –el mundo no importa, los espectadores somos ahora las sombras- el ademán de un brindis y beben un poco.

3
La obra está llena de silencios. Entre el parlamento de un personaje y la respuesta del otro se ha previsto una notoria pausa. Y así, sucesivamente, en todo el desarrollo de la obra. El silencio es como la punta del iceberg, y suelta con más fuerza expresiva aquello que las palabras enunciadas apenas perfilan o enmascaran. Los silencios en el trance de la ruptura amorosa o el develamiento de la traición son tan efectivos –acaso más crueles- como las palabras que se dicen en forma atropellada y voz alta.
Pero los silencios requieren también un tratamiento muy cuidado, y es preciso administrarlos con suma precaución. Exigen naturalidad para no advertirse postizos, superpuestos mecánicamente por las pautas del texto o la dirección, como ocurre en esta versión. Así mismo, su utilización reiterada en toda la obra deslustra su energía y llega a saturar. En este caso, la abundancia sí daña, y bastante.
Creo que al final algo no encaja del todo. Salgo de la sala con una pequeña sensación de insatisfacción. El asunto –nos dicen- está en ver la obra muy de cerca, y no nueve asientos más arriba como fue mi caso. Desde allí se observa –insisten- toda la carga de las miradas de los actores y la fuerza de los silencios. Si esto es así, no fue un acierto plantear la puesta en un teatro de esa dimensión, sino más bien presentarla en un ambiente pequeño e íntimo como puede ser, por ejemplo, un café. Primera fila o binoculares, no hay otra opción.

Abraham García Chávarri
BlogsPeru.com