Thursday, June 29, 2006

Chungking Express


Para muchos, considerada una genialidad más de Wong Kar Wai; para otros pocos -mezquinos a rabiar-, no es más que una película sobrevalorada. Como ya habrán deducido, a mí me resultó exquisita de principio a fin. (Ahora entiendo el porqué Tarantino no se cansa de reventarle cohetes.) Rodada en 1994, con un bajo presupuesto, “Chungking Express” nos cuenta las historias de amor (o desamor) de dos policías que tienen como lugar común una cafetería donde suelen caer a contar y pasar sus penas. Éste es el resumen. Escueto, insuficiente, engañoso. La verdadera riqueza de esta película está en sus detalles, en sus simbolismos simplones, en sus situaciones absurdas, en sus diálogos que -la mayoría de las veces- rayan con lo genial y en unas actuaciones muy bien logradas. Todo lo que pueda contar aquí no haría justicia. Tienen que verla, no hay otra.

La película se parte en dos. Son dos historias que tranquilamente podrían ser dos películas distintas. La temática es la misma que en “Con ánimo de amar” y “2046”: el amor trunco, la nostalgia por lo que se fue y no se puede recuperar, como cuando se pregunta uno de los personajes “¿Por qué las cosas tienen que caducar?” y luego se da esa maravillosa discusión con el dependiente del minimarket que no quiere venderle unos enlatados cuya fecha de caducidad ya venció. La segunda parte es más suave, más cerca de lo que ya conocemos del cineasta chino y donde se aprecian los mejores momentos de la película. Un policía que conversa con los objetos de su casa y, lo peor de todo, estos le replican. Una dependienta de cafetería enamorada que lo visita todos los días en su casa (cuando el policía no está) y la arregla y remodela a escondidas. Una música pop que inunda todas las escenas y que nunca antes me había gustado tanto, como una versión oriental de Dreams de Crandberries, cantada en mandarín, cantonés o sabe Dios qué lengua china. Pero lo mejor de todo está en sus diálogos tan completamente absurdos, pero tan naturales y maravillosos que no puedes más que disfrutarlos; sus monólogos con los objetos que les rodean; la voz en off que va llevando la historia (recurso que siempre utiliza –con maestría- el cineasta). Porque toda la película es un gran melodrama, una mentira del tamaño del Sol, pero que te la comes toditita, sin chistar, disfrutándola y con ganas de pedir repetición. A ese nivel ha llegado Wong Kar Wai: hace y deshace, y vuelve a hacer. Si bien, “Con ánimo de amar” y “2046” me parecieron más logradas (películas donde el chino a todas luces manifiesta que ya es un director recontra curtido), “Chungking Express” alcanza un nivel que lo pone a la par de cualquier clásico del cine mundial y demuestra que la genialidad no se adquiere ni se aprende: es innata.

Trato de pensar qué corriente sigue Wong Kar Wai, a qué grupo o generación representa, pero no puedo. Tal vez mi escaso conocimiento (léase ignorancia) no me lo permite. Tengo que admitir que no he visto mucho cine oriental. Pero he seguido a algunos directores chinos y japoneses y sencillamente Wong Kar Wai está en otro rollo, se mueve en un nivel superior. ¿Qué corriente sigue? ¿De qué generación es? ¡Bah, qué importa! Las películas de Wong Kar Wai logran lo que muy pocas en esta época consumista y mercantilista: te hacen gozar, sufrir, emocionarte y –sobre todo- pensar. Para qué pedir más.

Oscar Aybar

Un abogado pretencioso


Algunos amigos me habían hablado de un novel director mexicano que había causado revuelo por sus escenas crudas de sexo y por su forma extraña de plantear sus películas, un tal Carlos Reygadas. Hace poco me soplé sus dos películas: “Japón” (que tranquilamente podría ser “China”, “Korea” o cualquier otro país oriental) y “Batalla en el cielo”. Me gustó mucho más la primera y su espacio rural opresivo, aunque tengo que confesar que ninguna me llegó a convencer lo suficiente. Reygadas es abogado de profesión, y eso se nota. Mas que extraña, novedosa o arriesgada, su propuesta es la de un principiante que todavía no sabe utilizar correctamente las herramientas de que dispone. Su calidad como dramaturgo es deplorable. (No sé por qué no contrata a algún guionista profesional para que escriba sus proyectos, de hecho que en México hay buenos.) Su manejo de la narrativa también es precaria (supongo que mejorará con el tiempo), lo cual hace bastante difícil seguir sus películas, al menos con interés. Muchos pasajes terminan aburriendo sobremanera, y algunos otros ni siquiera se entienden, no contribuyen, salen sobrando; como también se siente que hay partes que el director ha olvidado… u obviado intencionalmente, no sé, pero que de hecho faltan, se necesitan (tal vez por eso los otros pasajes no llegan a entenderse del todo y terminan aburriendo). Reygadas es como el niño que con juguete nuevo cree que puede hacer lo que quiera y quiere ser el centro de atención. Lo ha conseguido en parte, pues sus películas -sobre todo la última: “Batalla en el cielo”, por sus chocantes escenas de sexo oral explícito- han levantado una gran polémica.

Pero es justo reconocerle algunas virtudes. Su concepto y planteamiento visual son –de lejos- lo más rescatable, y de hecho apunta a mostrar cosas más interesantes. La secuencia final de “Japón” es prueba irrefutable de ello: esa cobertura del accidente que termina con el cuerpo de la anciana sobre los rieles puede sacar de cuadro a cualquiera. También en “Batalla en el cielo” la visual termina siendo lo más atrayente.

Sobre las escenas de sexo totalmente gratuitas, pues… dignas de una escena de Ron Jeremy o del gran Rocco, que lo hubieran hecho muchísimo mejor que sus protagonistas. Lo digo porque Reygadas no acostumbra trabajar con actores profesionales; en “Japón” no se siente tanto este amateurismo actoral, digamos que no molesta, pero en “Batalla en el cielo” sí termina convirtiéndose en un lastre: el gordo, su esposa y la prostituta están terriblemente mal, no la chuntan nunca, ni un instante.

Así es Reygadas. Ya está en el ojo de la tormenta. No hay medias tintas con él. Para algunos es un genio, para otros sólo un pretencioso novato. Muchos los aman, otros lo detestan. A mí, sinceramente, me dio mucha pena que se gaste dinero (sobre todo en Latinoamérica) en películas malas. Pero habrá que esperar más. Dicen que echando a perder se aprende…

Oscar Aybar

Friday, June 23, 2006

Este texto fue escrito hace aproximadamente un año; por lo tanto, está completamente desactualizado

Advertencia
Las opiniones vertidas en este texto no buscan enarbolar la verdad, sino la apreciación, parcial y subjetiva, de su despistado autor.


Teatro Británico, 25 de junio de 2005.

Azul resplandor, Eduardo Adrianzen, Carlos Tolentino

Los gustos configuran sus detalles con el tiempo. El apreciar la actuación de un actor viejo, con muchos años encima, es uno de ellos. Rara vez he disfrutado por completo, con la respiración contenida, el desempeño de un actor joven. Creo que la madurez cronológica obra maravillas en la actuación. No digo que no crea en la existencia de actores jóvenes buenos, pero sí en su escasez casi absoluta. No hay mayor disfrute estético que ver y sentir a unos metros de distancia a un actor viejo de teatro. Uno está en la gloria.

Éste fue el motivo por el que decidí ir a ver Azul resplandor. Saber que actuaba Ricardo Fernández era más que suficiente (lo recordaba en La gaviota y, sobre todo con una magistral naturalidad, en Esperando a Picasso). Y también estaba Attilia Boschetti, cuya interpretación en Nosotras que nos queremos tanto fue magnífica.

La actuación de Ricardo Fernández me ha parecido buena, y a ratos muy buena. Es un brillante actor, qué duda cabe. El problema fue el personaje. Tito Tapia –hasta el nombre es simplón- es una figura increíble (en el sentido de José Enrique Mavila en Un director), sosa, insípida, hueca, de cartón piedra. Este personaje carece de verosimilitud; reclama a gritos, y sin éxito, un soplo de vida.

Boschetti está muy bien, y ha tenido la suerte de tener un personaje más interesante. La actuación de Sofía Rocha, como siempre, es de lo mejor; además su voz grave tiene la virtud de convencernos. Alejandro Escudero interpreta a una caricatura de director teatral y, en ese sentido, su desempeño es correcto. La actuación de Oscar López (siempre) es mala –su voz me pareció en algún momento copia de la que a veces usa el gran Miguel Iza- y la de Claudia Mori es peor (presumo que se corregirá con el tiempo, como sin duda mejoró la de Denise Arregui, que pasó de pésima en Nosotras que nos queremos tanto a aceptable en Volar).

El texto de Adrianzen no es nada trascendental (en la segunda acepción de la Real Academia) sin ser del todo malo. Creo, eso sí, que la obra debió tener un solo acto, ya que la segunda parte es desastrosa, aburridísima y sin ninguna necesidad e importancia para el conjunto de la obra. Nunca he deseado más que acabe una puesta en escena como ahora, pues todo lo ganado al comienzo termina por deslucirse en la secuencia, larga y pesada, que continúa tras el intermedio. Lo malo, si breve, no tan malo.

Creo que están de moda el metateatro y la metaliteratura, o así me lo figuro según el azar de mis visitas y lecturas. Azul resplandor es una obra que, entre otras cosas, habla del mundo de las tablas. Busca el desencanto, el descorrer el velo y descubrir las relaciones de poder, los intereses económicos y los afanes personales que presupuestamente no se muestran al público en una puesta en escena. Y la misma motivación parecen tener Leonardo Aguirre en su Manual para cazar plumíferos (libro de cuentos que me prestó mi amigo Oscar Aybar y le devolví sin terminarlo de leer, sin ninguna culpa) o, a diferente propósito, Luis Hernán Castañeda en Casa de Islandia.

Creo que me faltó señalar mi apreciación general de la obra, pero estoy seguro de que se puede inducir de todo lo anterior.

Abraham García Chávarri

Friday, June 16, 2006

Las maravillas del cable: espn


Hace poco, haciendo el zapping de rigor cada vez que me cuadro frente al televisor, descubrí un programa espectacular: World´s strongest man (para los que no mastican su inglés, “El hombre más fuerte del mundo”). El programa muestra la competición anual (cada año se da en un país distinto) para elegir al hombre más forzudo; la rutina pone a prueba la resistencia física, la fuerza bruta y sobre todo la “voluntad de hierro” de los competidores por alzarse con el codiciado trofeo. Las pruebas van desde luchas tipo sumo hasta arrastrar tractos de camiones o levantar piedras de 140 kilos, entre otras barbaridades.

Mariusz Pudzianowski. Sí, anoten ese nombre. (Suele jugar rugby en sus ratos libres y practica karate desde su adolescencia.) Este polaco de 29 años, 1.85 metros de estatura y 130 kilos de peso es el espécimen más brutal de la raza humana. Actual campeón (2005), también se alzó con los títulos en 2002 y 2003, en este último año sacó un margen de 20 puntos sobre su más cercano perseguidor, algo inusual en este tipo de competencias. Ya ha alcanzado al gran Bill Kazmaier (campeón 1980, 1981 y 1982) y está por alcanzar a los legendarios Jón Páll Sigmarsson y Magnús Ver Magnússon, ambos de Islandia, que dominaron la competencia –con cuatro títulos cada uno- desde mediados de los 80´s hasta mediados de los 90´s.

Pudzianowski ha roto con el modelo clásico de los competidores grandes (algunos llegan a medir más de dos metros) y robustos, incluso, muchas veces, fofos. Cabe recordar que ésta no es una competencia de fisicoculturismo, por lo que la mayoría de campeones no muestra un cuerpo muy trabajado. Pudzianowski -dando la contra- muestra la combinación perfecta: un cuerpo que envidiaría el mismísimo Schwarzenegger y una fuerza descomunal que hace parecer fácil lo que para un ser humando promedio sería sencillamente imposible. Gracias a esto se ha granjeado una gran legión de admiradores, y también –por envidia natural al éxito ajeno, supongo- de detractores, quienes tratan de minimizar sus logros dejando entrever que todo se debería al uso de sustancias prohibidas (ya en 2004 tuvo un roche por ese tema que le valió una suspensión). Lo cierto es que hoy por hoy es el hombre más fuerte del planeta y la mayor sensación en Europa del este, lo que le ha valido para incursionar en el cine con el pie derecho: protagonizó hace un par de años, en su natal Polonia, un remake de “Conan, el Bárbaro”. Ahora se alista para revalidar su título, a fines de setiembre, en “El hombre más fuerte del mundo 2006” a llevarse a cabo en China por segundo año consecutivo. (¡Estos chinos están en todas!) ¿Qué pasará?... Pudzianowski dice que está para pelear al más alto nivel por unos cinco años más. ¿Le creemos?... Pues… el año pasado llegó a levantar 395 kilos de peso muerto. Sí, ha leído bien. ¡Casi 400 kilos! Pero la verdad es que en el torneo pasado el estadounidense Jesse Marunde le peleó palmo a palmo, hasta el final, el título mundial. Este gladiador ha dado una escalada sorprendente en los últimos años y tiene un par de ventajas: es más joven y más grande que Pudzianowski. Este año será mucho más difícil. Marunde se la ha jurado al polaco, y tiene "con que". ¿Responderá el triple campeón a la exigencia?... Estaremos atentos a ESPN.


Oscar Aybar

Tuesday, June 13, 2006

El maestro viene de oriente


Debo confesar (con el rabo entre las piernas) que hasta hace un par de meses no conocía absolutamente nada del genial director chino Wong Kar Wai. No sabía quién era. No sabía qué hacía. Y ni siquiera había escuchado su nombre. Fue de manera casual que un amigo me prestó dos de sus películas: “Con ánimo de amar” y “2046”. El flechazo fue instantáneo. Jamás –en todos los años que llevo pegado al ecran y a la pantalla del televisor- me había cautivado tanto una película. Su maestría y sensibilidad para hacer y decir las cosas no las había encontrado antes en ningún director de cine (ni en ningún artista). Muchos entendidos lo consideran el más grande genio del cine contemporáneo, y tal vez no se equivocan. Este año presidió el jurado del prestigioso Festival de Cannes, siendo el primer cineasta oriental en ocupar dicho cargo.

A raíz de este “primer encuentro” traté de seguir un ciclo del cineasta en el cinematógrafo de Barranco. Sólo alcancé a ver “Cuando las lágrimas se derraman” (si no me equivoco, su primer largometraje) y “La Mano” (segmento de la serie “Eros”). La temática del amor trunco, de los personajes que no quieren (o no pueden) amar, de la nostalgia por “lo que pudo ser” es algo recurrente en estas películas. Ese tema del amor, tan universal, y a la vez tan tocado y manoseado por artistas y seudo artistas durante siglos, aparece en la obra de Wong Kar Wai de una manera tan reveladora y tan íntima que te obliga a comprometerte, a vivirla y a replantearte muchas cosas sobre tu propia experiencia de vida: sobre lo que hiciste y dejaste de hacer en aquel momento crucial. Es difícil (yo diría que imposible) ser indiferente a lo que nos dice y -sobre todo- nos muestra el genio oriental.

Es raro saber que antes de dirigir trabajó como guionista durante diez años. Digo raro porque en sus películas el guión no adquiere ninguna preponderancia sobre los otros elementos, es más, muchas veces se hace y se inventa sobre la marcha. Si bien sus diálogos no pueden ser más acertados y sus historias más contundentes, estas se enmarcan dentro de un todo, donde el guión se convierte en un elemento más (como lo dice el propio autor) y donde cada elemento cumple cabalmente la función que debe cumplir. Su propuesta colorista, su tempo lento, los boleros caribeños que se contraponen al lenguaje oriental, sus planos cercanos y de los otros (los casi fisgones), pero sobre todo sus personajes que se aman pero que “no se atreven”, los que viven -resignados, solitarios al extremo- en la nostalgia y el cinismo (como el escritor de “2046"), todos estos elementos tan bien hilvanados hacen de una película de Wong Kar Wai poesía pura. Y la poesía, cuando es de verdad y está tan bien hecha, te llega y te remece. Eso es lo que hace el chino a cada segundo, con cada cuadro.

Ahora me queda tarea pendiente: buscar y verme toda la filmografía de este maestro. Para los que no lo conocen se los recomiendo, no se van a arrepentir. Y a los que ya lo han visto, pues… no los aburro más.


Oscar Aybar

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