Wednesday, January 16, 2008

Yo también fui campeón del mundo

Es difícil pasar el tiempo cuando estás encerrado. El fulbito, el ajedrez, la timba y –sobre todo- las largas conversas con tus compañeros se convierten en pan de cada día. En una forma de ir ocupando el tiempo y de hacer “buenas migas”, hasta que salgas de nuevo al exterior. Yo tuve suerte. Habían varios peruanos en la Estación Migratoria de Iztapalapa cuando llegué, la mayoría gente chévere que me recibió muy bien. Todas las mañanas, después del desayuno, armábamos nuestro equipo y esperábamos al lado de la canchita de fulbito para el “reto” respectivo. El día anterior habían ganado (yo todavía no estaba) a cuanto rival se les puso en frente. Hoy ya estaba ahí, esperando, impaciente, con todas las ganas de mostrar mi talento innato, pero me tendría que conformar con dar las indicaciones técnicas al equipo, es decir, “calentar banca”. El árbitro, un negro de Belice que a las justas masticaba español, iba coordinando todo: convocaba los equipos, cazaba el dinero de las apuestas y cobraba sus cinco pesos por partido arbitrado. Aunque tenía pinta y fama de mafioso, casi siempre se mostró imparcial.

Los primeros retadores fueron unos guatemaltecos (chapines, como se les conocen) que armaron un equipito fulero; los despachamos en un dos por tres. Después vino un combinado con lo mejor de Centroamérica (básicamente, guatemaltecos y salvadoreños con algún panameño o nicaragüense colado), pero como eran un montón armaron hasta un equipo “c”, y tenían harta barra. Igual les dimos curso uno por uno. Cabe acotar que hasta el momento no había jugado ni un solo minuto. Nuestro equipo lo conformaban un par de hermanos de Carabayllo: el arquero que conocían como “Ibáñez” y un delantero que no recuerdo como se llamaba ni como lo apodábamos. Ambos tan flacos que parecían tísicos, pero que pisaban pelota que daba miedo. En la defensa, mi pata J. G., de Zárate, con una técnica exquisita y con un temple de hierro, no arrugaba nunca (a pesar de no ser tan alto), ni cuando se enfrentaba a los endiablados africanos. Los otros dos cupos eran rotativos, habían varios que se peleaban el puesto: uno de Barrios Altos, otro de Puente Piedra, otro de Arequipa, otro de Chimbote, y así sucesivamente hasta llegar al patita de Surco Viejo, ósea yo.

Ya llevábamos cuatro partidos al hilo cuando salieron los “monitos” a retarnos. Toscos, duros, no daban una pelota por perdida nunca; pero sin la técnica ni la maña peruana. Perdieron, pero nos hicieron sudar. (En mi caso en sentido figurado, pues todavía no jugaba.) Después siguieron los boliches. Pan comido. Éramos el dream team. Fue ahí cuando vimos a la verde amarella calentando al lado de la cancha. Su mancha llegaba al centenar de personas. Casi todos jugaban fútbol, así que podían armar cuantos equipos quisieran. Después de una pequeña disputa interna sacaron el que decían era su primer equipo, a pesar de algunos resentidos que se sintieron marginados injustamente. Todo el corralón de Iztapalapa se reunió alrededor de la cancha, los migras -desde el techo- miraban atentos. Era el invicto Perú contra los pentacampeones del mundo. Diez minutos completos de juego fue lo pactado. El negro de Belice hizo sonar el pitazo inicial. Un partido de ensueño, jugadas de lujo, rapidez mental y física. Cada pelota disputada al máximo, pero con maestría. Perú con tres pulmones: parecía nuestro primer partido. Al final, dos a dos cuando sonó el silbato. Perú gana con el empate; pero no, dijimos. Diez minutos más, pues. Y fue cuando sucedió: mi amigo J. G. sale con clase y supera a dos brasileños, pasa la media cancha y lanza el zapatazo. El balón dibujó una curva impresionante. Un golazo. Faltando un minuto metimos otro. Cuatro a dos y partido resuelto. Después los marginados del pentacampeón armaron su equipo “b”, pero por algo los habían hecho a un lado. No eran mejores que los primeros y perdieron más fácil, a pesar del cansancio de nuestro equipo. Ahí vino el combinado de África, otro duelo de Titanes, ganamos con las justas. Pero los africanos tenían hasta equipo “z”; además, se querían reforzar con Brasil para retarnos. Nuestros muchachos ya habían hecho suficiente dinero y quemado suficientes calorías. Y ya era hora del almuerzo. Quedamos para mañana a la misma hora, como todos los días. Ellos se fueron a duchar y yo a hacer cola para entrar a comer, pensando –iluso- que tal vez mañana podría jugar.

Era pasada la media noche cuando un migra se acercó a nuestra celda y nos despertó: “Pssst, Perú”. Querían jugar un partido con nosotros, a escondidas, entre penumbras. (Obviamente, estaba terminantemente prohibido que los guardias jueguen fútbol con los detenidos.) El equipo titular se levantó, se lavó la cara, se puso las zapatillas y salió al campo. Yo seguí durmiendo. Los migras se reforzaron con un brasileño y un par de africanos, lo mejorcito del lugar. Como buenos mexicanos no querían perder, así que tomaban las precauciones del caso. Y no perdieron, el partido quedó empatado a dos. Los migras bajaron un poco su abultada panza y se divirtieron mucho. Hasta que amaneció y se armó la grande. Veintiséis cubanos habían escapado de madrugada del corralón del Iztapalapa. Nadie sabe qué diablos estaban haciendo los guardias en ese momento. Bueno, nosotros sí, pero no podemos juzgarlos. ¿Quién podría resistir la tentación de jugar contra Perú, el invicto? Como bien decía un italiano que iba y venía por los pabellones vendiendo todo lo que se podía vender (creo que hasta su cuerpo), cada vez que pasaba por nuestra celda su rostro dibujaba una inmensa sonrisa: “¡Perú! ¡Campione del mondo della migrazione due mila cinque!”. Y sí, éramos campeones en ese pequeño mundo. Y yo también lo fui, ¿por qué no?... Si hasta el “Chino” Pereda dice que ha sido campeón del mundo.

Oscar Aybar

Tuesday, January 15, 2008

Yo sí, tú no


Sin disimular su desánimo, Rosa María Palacios presentó la noche del viernes cuatro a Sonia Morales. La primera trabaja en el canal que estrenaría días después una miniserie basada en la vida de la cantante, y a veces hay que cumplir, mal de nuestro grado, con algunas exigencias laborales. Eso explica también el amplísimo desconocimiento que demostró una periodista que se publicita, acaso en competencia única, como aquella que mejor prepara sus entrevistas.

Confieso que no presté mucha atención a las preguntas. Me detuve en sus palabras iniciales. Dijo (la cito libremente) que Sonia Morales era una cantante muy conocida para un sector importante de la población. Sin entrar a discutir el grado de racismo, voluntario o involuntario, de una frase no inocente, sí quiero señalar dos puntos breves.

1.- Fue una anotación innecesaria. Nadie presenta a otros personajes como Juan Diego Flórez o Pedro Suárez-Vértiz, por decir dos nombres conocidos, como intérpretes o cantautores de un sector del Perú. Y es que a diferencia de Sonia Morales, supondría la conductora, ellos son artistas nacionales y basta.

2.- Haciendo números, tampoco fue un comentario exacto.

Quizá roce la ingenuidad, pero creo también que existirán bastantes menos brechas cuando todos los peruanos seamos iguales y no algunos más iguales que otros.

Abraham García Chávarri


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