Saturday, April 28, 2007

Secret Chiefs 3




A mediados de los 90´s, el productor Trey Spruance, el bajista Trevor Duna y el baterista Danny Heifetz deciden crear la banda Secret Chiefs Trio. De estilo avant garde y con un trasfondo esotérico, filosófico y teológico, este grupo puede hacerlo todo.

Primero un tema épico te hace entrar en un mundo antiguo y enigmático de películas, el siguiente tema simplemente te descomputa con sonidos aleatorios y síntesis pero luego se pone épico o dramático, sumamente oscuro y triste. Lo siguiente es una estructura tipo death metal con algunos momentos grind y gritos demoníacos. Puedes notar la calidad en el sonido y la seriedad con que toman todos los estilos, este grupo es de lo mejor en cuestión a composición, temática, calidad de sonido y variedad.

¿Qué es lo que caracteriza a este estilo? Precisamente la diversidad o el no tener un estilo musical definido. Esto es avant garde.


EL AVANT GARDE Y SUS PRECURSORES

Parece que todo empezó en la última época de Los Beatles. Antes los roqueros solamente eran funk o disco o metal o rock o punk o new age, pero desde el disco blanco de Los Beatles se pudo escuchar en un sólo album varios estilos de música, composiciones orquestadas, música concreta como number 9, psicodelia, rock and roll, baladas.

Luego vino Frank Zappa, quien se encargó de hacer las mezclas más endemoniadas, estrafalarias y -muchas veces- sin sentido, porque no tenía miedo de hacer lo que sea con tal que no suene algo “normal”, sino que siempre se salga de las normas y te sorprenda. Zappa era -en orden de importancia- compositor, productor, director y 1ra guitarra de sus bandas; también hizo videoclips experimentales e interesantes documentales de su trabajo musical.

Luego vienen Faith No More, Jhon Zorn y Mr. Bungle.

Mr. Bungle es una visión de lo que sería Secret Chiefs 3, canciones grabadas en vivo con sonidos metal y momentos de folklore del mundo, psicodelia en general. Suena un tanto esquizofrénico pues no paran de cambiar de tiempos.


LOS JEFES SECRETOS

El nombre de esta banda en español significa Jefes Secretos Trio. Este título se refiere a las autoridades responsables del funcionamiento del cosmos. Son una orden mágica y sus nombres han ido cambiando en el transcurso del tiempo. Estos jefes secretos han sido gente que ha decodificado signos, muchos de ellos con poderes mágicos o super humanos. Estos signos designan a los jefes secretos que se harán cargo de la operación y la calibración moral del universo.

La primera jefa principal fue Anna Sprengel. Su nombre y dirección fueron decodificados de un manuscrito numérico.

Así como la primera jefa principal fue nombrada, o los jefes secretos que buscan verdades de número y posiciones, Secret Chiefs 3 parece moverse de acuerdo a ciertos números con significados.


SPRUANCE PRODUCTOR

Spruance es una persona que tiene muchos proyectos y los va desarrollando todos a la vez, y Secret Chiefs 3 también es un grupo con bastante trabajo de producción, no es un solo grupo sino que se alternan siete bandas bajo el mismo nombre según dicen ellos mismos. Estas bandas son: The Electromagnetic Azoth, UR, Ishraqiyun, Traditionalists, Holy Vehm, FORMS y una banda que hasta el momento no se ha hecho pública.

Cada paso que el grupo da tiene que ver con una cuestión esotérica, cabalística, astrológica. Cuando le preguntan "¿por qué va a hacer un álbum con 7 bandas, que harán 7 canciones, y lo van a dividir en tres álbumes?" Él simplemente responde: “Es una cuestión geométrica”.


LETRAS


WHITE AS THEY COME

As white as they come
I feel pretty dumb
They're all better than me
I think we agree
I was born with no soul
But I'm in control
Of the worlds destiny
I'm white as can be

Afraid to die, afraid to answer why

Afraid to be, afraid to act like me, or like me

As white as they come
I act pretty dumb
You know better than me
I'm sure we agree
I'm as white as the pope
You can see there's no hope
Now why would I lie?
We're all gonna die

An empty shell, an empty heart as well
A burnt out light, avoid that swallows life, swallows life


TAN BLANCOS COMO VIENEN

Tan blancos como vienen
Me siento muy tonto
Ellos son mucho mejor que yo
Pienso que estamos de acuerdo
Nací sin alma
Pero estoy en control
Del destino de los mundos
Soy tan blanco como puedo ser

Miedo a morir, miedo a responder por qué
Miedo a ser, miedo a actuar como yo, o a gustarme

Tan blancos como vienen
Actúo como tonto
Tú sabes mejor que yo
Estoy seguro que concordamos
Soy tan blanco como el papa
Puedes ver que no hay esperanza
Ahora, ¿por qué mentiría?
Todos vamos a morir

Una coraza vacía, así como un corazón vacío
Una luz extinta, evita esas vidas devoradas, vidas devoradas


“¡Quizá!”, me pongo a pensar. En este mismo instante que estoy escuchando Secret Chiefs 3, miro a través de la reja de mi ventana, el cielo de Lima reflejando las luces de la ciudad, y al fondo tres antenas con luces parpadeantes, dando un ritmo al espacio mientras la música da ritmo a mis espaldas. Miro hacia oriente, el cielo me recuerda a Bagdad, ya estoy ahí. Pienso en la invasión de EE.UU. a Irak. Recuerdo, este grupo tocará en vivo el sábado 12 de mayo en Australia, mientras en mi cuarto hoy este grupo toca una melodía árabe.


Víctor Chang Junco


LINKS REFERIDOS

http://www.secretchiefs3.com/
http://en.wikipedia.org/wiki/Secret_Chiefs_3
http://en.wikipedia.org/wiki/Secret_Chiefs
http://reyporundia.phplibre.com.es/modules/news/article.php?storyid=50




Friday, April 27, 2007

Algo se nos muere cuando un poeta se nos va


Este blog quiere expresar su tristeza por el temprano deceso del poeta y guionista peruano José Watanabe (Laredo, 1946 – Lima, 2007).

Lima, 25 de abril de 2007

Monday, April 23, 2007

De paseo por la Calle de la Desolación


Ha habido grandes personajes, artistas eternos, terriblemente geniales, y Bob Dylan es uno de ellos. Es cierto, se han dicho muchas cosas de él, hay quienes lo consideramos más que un genio, un innovador, un poeta, un aventurero y un maestro. Para otros no es más que un fraude, un artista sobrevalorado, un oportunista con una voz horrible y un trasnochado vendedor de humo. Pero más allá de la admiración que podamos tenerle algunos y la animadversión de otros, sin duda alguna, Dylan es el músico popular más trascendente del siglo XX (título que comparte con Los Beatles), así lo demuestra la gran influencia sobre los músicos más importantes desde los sesentas hasta la fecha.

Por mi parte, descubrí a Dylan cuando cursaba los primeros ciclos de la universidad, era el paso siguiente para alguien como yo que empezó escuchando a Los Beatles desde algunos años antes y que se encontraba fascinado por la música de los sesentas y que, además, ya había escuchado de la gran fama del hijo predilecto de Duluth. Todo se originó con una cinta de audio, y el descubrimiento de las canciones fue sensacional. Era simple, pero distinto. Una guitarra acústica junto con una voz desafinada nunca habían sonado mejor.

Luego de ello, como el buen amigo que pretendo ser, procedí a compartir la música con mis camaradas, aunque creo que ninguno de ellos (salvo uno) lo disfruta tanto como yo. No los culpo, sé que están más acostumbrados a artistas con otro estilo, con una afición mayor por los artilugios de la producción musical. Y es cierto, el maestro construye canciones distintas, donde la producción tal vez quede en segundo plano (tal vez alguien podría decir que hasta la desprecia un poco). Por ejemplo, no me puedo imaginar una canción de Dylan con un arreglo de cuerdas o de vientos, con efectos grandilocuentes o virtuosos, simplemente, no sería él.

Pero es ocioso hablar de Dylan, lo mejor es escucharlo, para luego entenderlo u odiarlo. Sus canciones son la mejor manera de comprender la genialidad de este –ahora- cantante sesentón y que casi ha muerto dos veces y que ha escrito centenares de canciones. Muchas anécdotas recorren las hojas de sus ya incontables biografías, como aquella que cuenta que fue él quien les entregó su primer cigarrillo de marihuana a Los Beatles, o como aquella otra que dice que a pesar de ser la voz de la generación de los sesenta, en realidad odiaba a los hippies, o una reciente que nos relata como dos acomodadoras de menos de veinte años no lo dejaron entrar a su propio vestuario porque no lo conocían. Pero reitero, no hay ninguna biografía ni ningún artículo o anécdota que pueda decirnos más de Dylan que uno de sus discos, que una de sus canciones.

A quienes gustan del rock, les resultará inevitable cruzarse con Bob Dylan. No debería haber un aficionado a la música que no haya escuchado la trilogía de álbumes que cambió el rumbo de la música popular del siglo XX. Es asignatura obligatoria la audición del Bringing it all back home (1965), del Highway 61 Revisited (1965) y del Blonde on Blonde (1966). Discos básicos, imprescindibles, geniales e impredecibles. No pretendo señalar las virtudes de cada uno de ellos (al menos, no ahora), sólo es necesario poner de manifiesto su trascendencia (lo cual no garantiza que sean álbumes aptos para todos los públicos).

Podría también referirme a muchas canciones, el repertorio es inmenso y la calidad es incuestionable. Sin embargo, me permito la licencia de comentar brevemente sólo una de ellas, aquella que desde hace varios meses me conmueve y me obliga a escucharla cada vez que puedo, Desolation Row. Una canción de casi once minutos y medio, en donde hace un recuento de personajes que ya no habitan las hojas de la cultura occidental, sino que se pasean en una calle donde se cruzan la desgracia y el patetismo, donde Romeo es negro y es apaleado por enamorarse de una blanca Cenicienta y donde el Fantasma de la Ópera envenena a Casanova con palabras, todo adornado con una guitarra preciosa y una voz casi hipnótica. Una canción perfecta, una muestra del genio, una muestra de la inmortalidad del arte.

No se debe hablar mucho de Dylan, porque se corre el riesgo de nunca terminar de hacerlo. Todo es simple, como su música, después de todo, aún es el muchachito que salió de su natal Minnesota para ser cantante, que se convirtió en el heredero de la tradición folk norteamericana y que renunció a ella entre abucheos en el Festival de Newport, que publicó tres álbumes que cambiaron el rumbo del rock y que ha publicado otros más dignos de su genialidad, que se transformó cuantas veces quiso, que le pregunta a una dama cómo se siente ser una completa desconocida, que sintió cómo es tocar la Puerta del Cielo y que se atrevió a dar un paseo por la Calle de la Desolación.


Jorge Orlando Ágreda Aliaga

Sunday, April 22, 2007

Art, Yasmina Reza, Roberto Ángeles



La imagen de sincronizadas ruedas dentadas –aquellas que hacen girar las manecillas de un reloj- vino a mi memoria cuando finalizó la función. Salí satisfecho. Estaba contento, y dos eran los motivos de mi entusiasmo: una puesta sin disonancia alguna, con muy buenas actuaciones, y dos temas amplios para pensar y conversar con los amigos, como son la apreciación artística y la amistad.
El prestigio del director y la calidad de los actores (Alberto Isola, Alfonso Santistevan y Paul Vega) no podían tener otro resultado que no fuese el ofrecer al espectador una obra muy bien ensamblada, amena y ágil, que discurre hasta el final sin ningún corte u obstáculo. El texto de Yasmina Reza (París, 1959) es delicado y elegante. Gusta de la ironía y piensa en un público más o menos informado.
No obstante lo anterior, encuentro que la obra tiene una virtud adicional. Ésta consiste en promover una discusión que inicia cuando la obra termina. Justo en ese momento se torna ineludible conversar –tanto con los amigos con quienes se vio la función cuanto con los que no- sobre la valoración de la experiencia estética y sobre las bases sobre las que se erige nuestra amistad.
Según la obra, puede ser que no resulte nada conveniente indagar acerca de los fundamentos que dan estructura a nuestros lazos de amistad, pues nos puede ocurrir un chasco. Recordando a nuestro escritor que plagia, la amistad consiste en desconocer absolutamente lo que hace el otro. A veces, como hace también Reza a través de Ángeles a través de Isola, la amistad juega con el aceptar (o no) al otro tal cual es, sin máscara. De allí que lo que antes era un lienzo pintado, sin más, todo de blanco, sea después –dice Marc- el cuadro que representa a un hombre que atraviesa el espacio y desaparece.

Mi amigo Oscar Aybar me solicitó escribir un texto sobre la amistad, a propósito de sus relaciones con el amor y el tiempo; según le referí en un almuerzo babilónico que perpetramos sin culpa con otro común amigo. Lamento, por falta de tiempo, dilatar un tanto el cumplimiento de su pedido.


Abraham García Chávarri

Sunday, April 15, 2007

Todo sobre mi agüelita


Conocí a mi agüelita en 2001; en esa época de experimentos universitarios me la crucé un par de días cuando grabó como actriz en un trabajo mío. Pero no fue hasta mediados del año pasado cuando me la volví a encontrar, ahora como compañeros de chamba en un novísimo canal de cable. Mi odisea estaba a punto de empezar.

Mi agüelita mantenía una tensa relación con el inexperto productor del programa: no se pasaban ni con vino. Y yo terminaría pagando los platos rotos. El productor me floreaba bonito y me decía que no le convencía el trabajo de mi agüelita y que yo tenía que escribir los guiones de un par de programas, que luego se convirtieron en cuatro y después en cinco. Y cuando menos lo esperaba ya tenía la responsabilidad de la mitad de los programas de la temporada y escasísimo tiempo para escribirlos. Mi agüelita, por supuesto, al enterarse, estaba echando chispas. Llegó a discutir muy feo con mi productor y luego iba a darle sus quejas a la dueña del canal. Pero nada. Al final, llegó un director que terminó por revolcar la trayectoria de mi agüelita. Simplemente no le gustaban sus guiones, así que los eliminó todos (previa conversa con el productor) y me comunicó que tenía que escribir los que faltaban pa´ "tapar el hueco" y completar la temporada. ¡Qué tal conc…! Mi agüelita empezó a declarar a los periódicos que estaba pensando abandonar el programa, que ya no se sentía cómoda y varias cosas más. A mí me había agarrado un odio visceral. A las justas me miraba cuando nos cruzábamos por los pasillos del canal y me contestaba el saludo con un seco “hola”. Ya tramaba su venganza, podía sentirlo.

El productor y el director grababan en dos y hasta tres días lo que debían hacer en uno. Y como la tele es un negocio y el tiempo es dinero, la dueña -que hablaba tan bien de ellos y decía que eran sus amigos- les dio una patada en el culo y los botó en one. Trajeron a un productor-director (todo en uno, pa´ ahorrar plata) de reconocida trayectoria, a pedido expreso de mi agüelita, quien regresó triunfal. Y, como era de esperarse, barrió con todos mis guiones, con los que estaba escribiendo y con los que iba a escribir. Les encontraba mil y una fallas y decía que no funcionaban, que los suyos eran mejores y que aprendiera de ella. Se regocijaba mandándome a escribir cosas que después descartaba. Yo, herido en mi amor propio, no tuve otra alternativa que… volverme su pupilo. La chamba está escasa, pues.

La verdad, la relación fue muy difícil y especial. Por momentos nos llevábamos muy bien y por momentos… no tanto. Hasta que una vez me invitó a almorzar, conversamos mucho (en realidad ella conversaba y yo la escuchaba) y me di cuenta que tras esa careta de vieja amargada y renegona había una persona buena y muy divertida. Me sorprendió que le gustara tanto la música salsa. Puso en su auto algo de Niche, si no recuerdo mal. Y sí que se vacilaba la tía. Otra vez, cuando le dije que me iba a quitar de la chamba, me pidió que me quedara (claro, otras veces me decía que trabajaba hasta las patas y que así no iba a durar mucho). En otra ocasión fui a su casa a dejarle algunas cosas que había olvidado en el canal. Me atendió muy bien y me presentó a su nieto. Un niño de poco más de dos años que era su adoración. Me alegró mucho verla en ese papel. Por fin mi agüelita era una agüelita de a de veras. Era humana.

Cuando cancelaron el programa y nos quedamos en la lleca pensé que nunca más vería a mi agüelita. Pero hace poco, en una reunión de trabajo, me la volví a encontrar. Toda sonriente, sentada en un sofá, con su bastón al lado.

-¿Y, Oscarín? ¿En qué andás, querido?- Me dijo, con ese zalamero acento argentino que solo va a dejar cuando se muera.

Ahora nos tocó hablar de las cosas sórdidas del mundo del espectáculo, que ella ha visto bien (y de todo) en sus cincuenta años de carrera. Hablaba siempre sería, con esa autoridad que sólo te dan los años, diciendo que sabe mucho y que debemos hacerle caso. Le pedí su currículum para un proyecto en el que estoy chambeando y en el que ella va a participar como actriz. Me dijo que lo buscara en la internet, que allí hay un montón de cosas sobre ella. No había tantas como decía, pero sí algunas muy curiosas. Encontré, sorprendido, una página donde afirmaban que llegó al Perú en la década del cincuenta, y donde se referían a ella como “una bellísima y despampanante vedette…”. Por supuesto, jamás mi agüelita sabrá esto. (Una vez fui testigo de su ira cuando alguien le insinuó tal cosa.) Ella es una reputada actriz devenida en libretista. Y, sobre todo, una abuela abnegada. Díganmelo a mí.


Oscar Aybar

Saturday, April 14, 2007

Las dulces palabras de mi madre

En los últimos días he amanecido con el ánimo algo bajoneado, melancólico, medio tristón. No sé exactamente por qué (o sí sé, pero son tantas cosas y tan delicadas que prefiero hacerme el loco). Igual, ya se me pasará. Siempre que atravieso estas etapas traumático-depresivas pongo un buen disco de salsa y me entrego al desenfreno de los bongós, tumbas, timbales y demás, y se me pasa. O al menos la paso mejor. Pero esta vez, por una extraña razón, me estaba durando más de lo habitual. Probé con otra música: regional mexicana, clásica, urbano peruana (como le llama un amigo a la música chicha), pero nada. Estaba divagando en un montón de tonterías, que al final son las que te quitan el sueño cojudamente, cuando llamó mi mamá de los yunaites.

Mi madre está en USA hace tres meses tomando unas merecidas vacaciones, cosa que está acostumbrando hacer estos últimos años. Ya está en edad de disfrutar, supongo. Me alegró mucho escucharla ya que no hablaba con ella hacía varias semanas, y ya se estaba haciendo costumbre escuchar de mi padre cada vez que llego a la casa el “llamó tu mamá; ¿dónde andas, pues?”. Me reconoció en el acto y me dijo –con todo el desparpajo que acostumbra-: “Cabeza de huevo, ¿cómo están las cosas?”. Le expliqué cómo andaba todo y terminé diciéndole que estaba muy aburrido. Esperando el consuelo materno sólo me di de cara con mi triste realidad. Me dijo que me dejara de sonseras, que me despabilara, que ya no podía seguir en ese plan, que ya iba a cumplir treinta (aunque todavía tengo veintisiete), que nunca me dura ninguna chamba, que nunca me dura ninguna novia, que seguramente estoy más gordo (presumo que mi viejo le ha ido con el chisme) y una serie de cosas más que harían hundir mi autoestima varios metros bajo tierra. Pero no. Conversamos casi una hora y nos divertimos mucho, hasta que se le acabó el crédito de la tarjeta. Después me sentí mucho mejor. Inexplicablemente, de pronto, había desaparecido toda la apatía.

Creo que le he heredado alguito a mi mamá de decir las cosas tan crudas, de ser tan cagón y de “bajar de su nube” a las personas. No soy tan bueno como ella, pero hago mi mejor esfuerzo. Total: Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte. Ahorita mismo estoy escuchando –y disfrutando- una salsa de aquellas: “El Jolgorio”, de mi grupo favorito El Gran Combo de Puerto Rico… Sí que son buenos los desgraciados.


Oscar Aybar

Friday, April 06, 2007

Siempre hay una primera vez...


Llegué de madrugada a la estación migratoria de Tijuana. Me trajeron desde el aeropuerto en una camioneta blanca de marca americana después de una acalorada discusión con un oficial de migraciones (experiencia que merece un post aparte). Me quitaron la correa y los pasadores de los zapatos. Me dijeron que podía sacar sólo lo esencial de mi maleta: no saqué nada. Y me metieron adentro. Fue mi primera noche detenido.

El lugar era un amplio cuarto donde todos dormían en colchones sucios. Me recosté a pelo sobre unas bancas de cemento pegadas a la pared. Y no cerré los ojos durante tres horas, hasta que amaneció. Estaba muy molesto conmigo mismo por haberla cagado y por mandar al diablo el esfuerzo que hicieron mis viejos. Aunque sabía en el fondo que la culpa no era totalmente mía, sentía que debí haber manejado mejor la situación. En fin, ya estaba ahí, escuchando los ronquidos y los pedos (si no fuera por mi olfato nulo, la hubiera sufrido de verdad) de un montón de inmigrantes que venían de los diferentes rincones del mundo. Fueron tres horas que se me hicieron tres días. No podía entender cómo la gente podía dormir tan tranquilamente. Se me volcaron de golpe una serie de imágenes y recuerdos: personas que creía había dejado atrás volvieron a mis pensamientos y me preguntaba qué sería de sus vidas, cuando en realidad debía preocuparme por lo que iba a ser de mí. Luego cruzaron por mi mente posibles estrategias de fuga, aunque rápidamente deseché todas una por una, ya estaba bastante jodido para agravar más mi situación. No me quedó otra que relajarme, respirar hondo y empezar a contar ovejitas. Creo que llegué a la número tres. Pero estuve muy tranquilo dentro de todo (o al menos lo aparenté bien). Era curioso: Ni en mi más remoto sueño imaginé estar en una situación parecida; bien dicen que uno no sabe dónde terminará mañana. La vida te da sorpresas, canta Rubén Blades.

Cuando amaneció nos trajeron el desayuno: un plato de hotdog picado revuelto con huevo, un pan y un vaso de leche. Decente, al menos para lo que esperaba. Nos leyeron nuestros derechos. Después nos llevaron al médico para justificar su sueldo. Y al final llegó el horario de las llamadas telefónicas. Llamé a mi casa, naturalmente. Contestó mi mamá y le expliqué la situación. Se entristeció mucho, pero al menos ya sabía de mí y la dejaba más tranquila, sobre todo cuando le dije lo bien que nos trataban (cosa que exageré un poco). Cabe decir que ahí no hablé con nadie. Ni una palabra.

El camión (como le llaman al bus) llegó alrededor a las siete de la tarde (sí, siete de la tarde, según el horario mexicano), nos entregaron nuestras cosas y nos subieron en fila india. Después del papeleo de rigor, atravesamos varias calles miserables de Tijuana, calles que me recordaron a Perú: la geografía era diferente, pero la pobreza, la misma. Nos esperaban casi dos días de viaje en el que descubrí y terminé odiando el sabor de los burritos, y casi un mes más de detención en el “corralón” de Iztapalapa, en el D. F... Pero de eso hablaré después.


Oscar Aybar

Thursday, April 05, 2007

Bicho, Tracy Letts, Juan Carlos Fisher


1
Es un lugar común sostener que los gustos son, las más de las veces, particulares y subjetivos. Por eso, lo que para unos –el director Fisher entrevistado por José María Salcedo en Fulanos y Menganos- es una gran noche de teatro, para otros –el que esto escribe- es una buena puesta y nada más, que se agota cuando terminan los aplausos de la segunda tanda. Decía el director Fisher que esta obra –que es una mezcla de comedia romántica con suspenso psicológico y terror, si no recuerdo mal sus palabras- tiene el poder de acompañar al espectador por varios días, por permanecer allí cuando las luces de la habitación se apagan –o tienen que apagarse, diría mejor- y hay que hacerles más caso a nuestros pensamientos. Por mi parte, salvo los comentarios inmediatos a la salida de la sala, no volví a reparar en Bicho sino algunos días después, con ocasión de la entrevista en el programa de Salcedo.
Mis grandes noches de teatro fueron otras. Galileo Galilei en la versión de Luis Peirano, por ejemplo, me dejó atormentado por varios días, temeroso del peligro de ciertos descubrimientos. La ópera de tres centavos en la dirección de Jorge Guerra –que llegué a ver cuatro veces, y cada una, como suele ocurrir, distinta- o La muerte de un viajante al mando de Edgar Saba son otras perdurables noches de teatro. Respecto de la última tuve la suerte de poder apreciar un ensayo ordinario, y luego conversar largo rato –con el incansable y siempre amable Marco Mühletaler, asistente de dirección de Saba, y mi amigo Patricio Ato del Avellanal- mientras recorríamos el primer y segundo piso del escenario de lo que aún era la casa Piaggio –según me refirió Marco - cortada, literalmente, por la mitad. Fueron estupendas noches de teatro, aquellas que el tiempo reelabora y nunca daña.
2
Volviendo a la noche de teatro de Bicho, pude percibir, y puedo equivocarme, que la buena actriz Norma Martínez –que había visto como Ofelia en el Hamlet de Isola- no estaba del todo cómoda con su personaje. No me convenció mucho en el primer acto y, en el segundo, el recurso a los tics y a las manías son, a veces, fáciles y efectivos. Me disgustó que en el segundo acto, hacia el final, cubriera con su brazo, de manera nada natural, lo que presumiblemente ella misma había desatado. Si una actriz accede (como en este caso, dentro del furor de una escena) a descubrirse un pecho, considero que no puede desdecirse en el camino. O se mantiene descubierta o se acomoda mejor el vestido; la salida intermedia fastidia y distrae.
Mario Velásquez siempre es genial. Su interpretación de Jerry Goss, el vulgar ex esposo de Agnes White, la protagonista, me recordó algunos ribetes de su estupendo trabajo como Stanley Kowalski en Un tranvía llamado deseo en la versión de Chela De Ferrari. Mario Velásquez es un actor cuyo desempeño no puede dejarse de apreciar. Jimena Lindo resultó simpática y Rómulo Assereto estuvo bastante correcto.
Mención aparte precisa Roberto Ruiz. Su actuación (su no-actuación, quizá) me pareció muy precaria. Me resultaba increíble asumirlo como psiquiatra. Creo que fue un error de casting elegirlo para ese papel. Su cabello pintado de blanco de manera tan evidentemente tosca, para aparentar más edad, no sé si haya sido el recurso usado por el director con el propósito de burlarse, con irreverencia, de las puestas colegiales.
En la ficha de los actores, del programa que se reparte de modo gratuito al ingresar a la sala, se lee algo atronador: “Roberto Ruiz. Actor. Roberto es técnico en marketing con experiencia en la comercialización, distribución y venta de productos de consumo masivo en empresas líderes. Es líder formador y director de equipos. Ha seguido –y quizá dejado inconcluso, anotaría con respeto- un taller de actuación con Roberto Ángeles”. Confieso que hasta ahora no entiendo este disparate y que el señor Ruiz debería exigir al responsable más que una disculpa por tamaña infamia.
3
Juan Carlos Fisher dijo también, en la entrevista ya referida, que el final de Bicho dejaría atónito al espectador porque era absolutamente inesperado. Lamento discrepar. Considero que todo llegaba a un clima tal que no podía ser de otro modo. Creo, como pasa con Santiago Nasar, que ya conocíamos que acabaría así, pero no cómo.

Abraham García Chávarri

¡Hola, soy Nico!... Y quiero ser tu amigo


Al empezar estas líneas para “reactivar” mi olvidado blog tenía planeado escribir sobre la última maravilla de Eastwood, “Cartas desde Iwo Jima”, pero no sé por qué extraña razón no tenía ganas de escribir sobre una película. Y –peor aún- no sé por qué rayos se me venía a la mente el rostro de mi amigo Nico (lo llamaremos así para mantener su identidad en reserva). Trataba de borrármelo de la mente, pero aparecía de nuevo, con su peinadito cojudo y hablándome sobre por qué “Los Infiltrados” es una película menor de Scorsese o dándome clases de historia del júlbo o de esa música estridente llamada rock. Total: decidí escribir sobre él. Espero no se moleste, si no… qué diablos.

Conozco a Nico hace nueve años, desde el T-1, donde conocí a muchos de mis mejores amigos que frecuento hasta hoy. Nico fue un caso raro para mí: no me inspiraba mucha confianza con su floro, pero me cayó bien. Él quería hacer amigos, y supongo que yo también. Venía de San Marcos de estudiar odontología y decía saberlo todo (ahora sé que sabe mucho menos de lo que dice, aunque tengo que aceptar que sobre algunos temas tiene una memoria prodigiosa). Un físico no muy agraciado. Una carencia total de habilidades para "el deporte rey". Y una extraña manía de querer bronquearse con todo el mundo, claro, cuando está en compañía de sus amigos y dizque borracho.

Nico es especialista en consolar damiselas caídas en desgracias amorosas y en afanar muchachas que bien podrían ser sus nietas. Ya pasó la base tres. El cuerpo ya no le da como antaño (la loza del colegio Americano puede dar fe de ello). Pero sigue en lo suyo. Terco él. ¡Ese es mi Nico, caracho! Un digno representante de la Católica. Podría decirse, si lo describimos someramente, que Nico es un tipo con perfil ganador: tiene facilidad para hacer “amigas”, juega julbito todos los domingos, es culto, etecé, etecé, etecé… Digamos que todo eso es cierto parcialmente. Pero lo que más me gusta de Nico es que es el tipo de persona que siempre está dispuesto a tomar una más (y más y más… y más), que en cualquier momento –de la nada- puede caer contigo a cualquier cuchitril de esquina: un buen borracho con el que puedes contar. Tengo que confesar que no he tomado con él tanto como hubiera querido, aunque últimamente las chupetas postpichanga se están haciendo una sana costumbre. También confieso que en esos avatares tengo que soplarme sus disertaciones sobre diversos temas (y créanme que el Nico borracho sabe más que el Nico sano), ser testigo de sus patéticas imitaciones a doña Florinda (confundió a un larguirucho amigo con don Ramón) e incluso ser blanco de sus pseudodiatribas (hay testigos que lo escucharon llamarme: “estornudo de la industria”). Como sea, Nico es un buen pata. Sé que va a sonar cursi, pero, ¡sí, pues!, confieso que lo soy: estimo mucho a este vegete. (Presumo que por eso le soporto todas sus malacrianzas.) Y espero que sigamos siendo patas hasta que nos muramos… ¿Ya les dije que él es un adulto mayor? Bueno, también ¿qué quieren? Ya son nueve años soportándolo.

Ah, se me olvidaba… Nico, aparte de borracho y bronquero irracional, es antisemita y homofóbico... ¡Qué tipazo!

Oscar Aybar
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