Thursday, February 21, 2008

El día que me agarró el paro





















Taximula. Pasaje: 1 sol. Recorrido: hasta donde se plante el animal.

Una y diez de la mañana del lunes dieciocho de febrero. El bus de Erick el Rojo se detiene en el peaje de Huarmey. Siento el motor que se apaga y me despierto. Había salido hacía unas cuatro horas de Lima con destino a Trujillo sin reparar en un pequeño detalle: el paro agrario indefinido. Comenzaba mi odisea.

Bajé del bus a inspeccionar el área. Una hilera de buses y camiones (cientos de ellos, según dijeron las noticias) copaban, atravesados como les diera la gana, los dos vías de la Panamericana. Por precaución hicieron detener los buses en el peaje, como a seis kilómetros del puente donde los agricultores (y algún que otro delincuente) habían cerrado el paso con grandes piedras y postes de luz. Caminé hacia el primer bus de la fila; unas pocas mototaxis ofrecían sus servicios: cinco soles por persona hasta el puente en disputa, cuando normalmente cobraban sol cincuenta por carrera. La oscuridad y la pinta de los mototaxistas me hicieron desconfiar. Pensé que sería mejor regresar a dormir y de repente al amanecer encontrar que ya todo se había solucionado. A las seis y treinta de la mañana, después de hacer algunas llamadas de rigor desde mi celular, comencé la caminata. Las mototaxis habían bajado la tarifa a tres soles, tomé una en compañía de dos personas más de mi bus (uno de los cuales se convertiría en mi compañero por el resto del viaje). Nos dejaron como a veinte metros del puente. Los revoltosos les gritaban a los mototaxistas, a manera de broma, que “paguen su peaje”. De pronto, varios dejaron su trinchera y caminaron hacia los mototaxistas, quienes al percatarse huyeron despavoridos, excepto uno que cometió la torpeza de recoger un pasajero. Los revoltosos tomaron la mototaxi y la voltearon con pasajero y todo, después empezaron a destrozarla ante la súplica inútil del propietario. Ahí me di cuenta que estos tipos de bromistas no tenían nada. (Siempre que uno está en mancha se envalentona y saca lo peor de sí.) Me dio pena por el pobre hombre, pero yo tenía que seguir mi camino.

Caminé algunos kilómetros con mi ocasional compañero hasta el atolladero de buses que venían de norte a sur. Algunas station vagon ofrecían sus servicios entre los pasajeros varados: diez lucas hasta Casma, pero yo la logré sacar por ocho. Una vez en Casma tomé otra station hasta Chimbote. Diez lucas sentado; cinco lucas en la parte de atrás, cual bulto. Hay que ser ahorrativo, pues. A mitad de camino, mientras mis piernas ensayaban diversas posturas para no ser atrapadas por el calambre, nos sorprendió una pequeña barricada. Varios delincuentes (porque de agricultores no tenían nada) nos amenazaron con piedras. Sólo cuando una señora enseñó imprudentemente a su bebé, mientras gritaba “¡hay niños, hay niños!”, parecieron calmarse. Previó cobro de "peaje" nos dejaron pasar. Con mi compañero fuimos los últimos en bajar del station en el centro de Chimbote. El chofer nos pedía una luca más por la propina ("peaje") no prevista. Pensé en huir pero el calambre no me lo permitió. Caballero nomás. Mi compañero fue más conchudo y se bajó rengueando sin hacerle caso. Caminamos varias cuadras medio saltones. Chimbote es una ciudad bien brava; mucho más que el Callao (que me disculpen los chalacos y los falsos chalacos). Convenimos no ir al terminal de buses pues era una pérdida de tiempo. Nos habían dicho que la parte más fea estaba en Chimbote, que pasando el túnel estaba cerrado y no pasaba nadie, ni el Papa. Y que asaltaban.





















Caminando en medio del desierto.

Tomamos una combi hasta Coishco: un pueblito rumbo al norte, pasando el túnel. Al llegar divisamos los buses y camiones atollados. Empezaba nuestra caminata, unos veinte kilómetros intransitables. Cada cien o doscientos metros la Panamericana estaba interrumpida con piedras o postes de luz, además de varios "chistosos" que se te quedaban mirando feo. Mi compañero y yo nos unimos a un grupito de tres mochileros buscando seguridad. Atravesamos varias barricadas bajo el sol abrasador del medio día y el humo de las llantas quemadas, siempre alertas. Cuando la deshidratación ya no nos permitió avanzar, nos paramos en un puestito de comida y marcianos. El menú era cebiche con tallarines rojos y papa a la huancaína. Nunca había comido algo así a pesar que en Lima lo ofertan en cada esquina del centro, pues me parecía una combinación espantosa. No sé por qué ahí no me importó: la verdad los comí rico. Después pedí marcianos: tres por cincuenta. ¡Sí, tres por cincuenta! En Lima te venden cada marciano a china. ¡Qué abuso! Acá podía comer cuantos quisiera. Pedí un montón. De maracuyá, eso sí. Era como estar en el cielo... Pero nada dura para siempre. Más adelante los encontré a diez céntimos y sentí que me habían estafado.

Cuando estábamos retomando la caminata nos dio el alcance un grupo de cinco personas, entre ellas tres mujeres. Nos contaron que nos venían siguiendo desde Coishco pero siempre nos adelantábamos. Estaban muy temerosos de que les pasara algo, sobre todo las chicas. Seguimos la caminata hasta que nos topamos con un niño en su carreta, su mula y su perro. Le pedimos una carrera. Así tomamos la "taximula". Pero el animalito no avanzó más de dos kilómetros y se detuvo en una cuesta (también que éramos diez puntas más el niño-chofer, el perro sí iba a pie, o mejor dicho a patas). Pagamos la mitad de lo convenido y seguimos caminado. Nos topamos con un par de peleadores callejeros que no nos prestaron atención, unos tombos que veraneaban mientras tomaban su gaseosa "Sol de Oro" y unas motos que ofrecían llevar a las damas a "donde había carro", pero éstas no aceptaron. Después hicimos unas carreras cortas en un camioncito y en trailer, para terminar botados en medio de la nada, en el desierto. Cándidos, creíamos llegar caminando hasta el próximo pueblo: Chao. Gracias a Dios pasó un camioncito que llevaba nidos para gallinas y nos recogió. El chofer nos tildó de locos y nos llevó hasta Chao en treinta minutos. Obviamente, a pie, no llegábamos nunca. En Chao la cosa ya era diferente. Estaba a poco más de una hora de Trujillo. Y, aunque en la misma ciudad los disturbios estaban a flor de piel, una vez salvada la zona “roja” la carretera estaba libre hasta el destino final.

Para qué voy a negarlo: todo fue muy duro; pero no me puedo quejar de nada, excepto por el tramo final. Subí al micro, pagué mis tres lucas, me despanzurré en dos asientos (mi compañero de viaje -y casi amigo- hizo lo mismo) y me soplé –enterita- la película que pusieron: “Peloteros”. Definitivamente, lo peor del día.

Oscar Aybar

3 comments:

Anonymous said...

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JARANOVICH said...

Cuál es el roche con los 7 colores, yo los comía todos los domingos en Surquillo por 2 lucas... chanfainita, arroz verde, papa a la huancaína ceviche y tallarines rojo (todo en un plato) buenísimos!
Sí manyo Chimbote, algo movido pero te estafaron con los marcianos.

Saludos,

Anonymous said...

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