Wednesday, October 15, 2008

No pasa nada


Centro Cultural de la PUCP, 2 de octubre de 2008.

A veces el autor quiere engañarnos con sus títulos. Enmascaran cierta vanidad que fuera mejor desechar tras una rápida mirada en el espejo. Aquí no hay poesía o Grandes sobras, para quedarnos en el escenario local, lejos de ofrecer disculpas de antemano por lo que el lector (no) va a encontrar, plantean una cuestión previa. Y es que bueno, uno mira su obra, la ve pequeñita, muy poca cosa, pero decide -como es legítimo- sacarla a la luz. Sabiendo que no es lo mejor que se haya escrito (aunque sea lo mejor que él pueda hacer), decide ponerle semejante rótulo para responder por anticipado. ¿Qué podría decir el crítico que lee una obra titulada Esto es una porquería? Advertido estuvo. Sin embargo, ¿por qué entonces publicarla?, cabría interrogarse.

Otra excusa tonta consiste en pretextar que la obra es personal. Debemos ahorrarnos nuestros calificativos de buena, mala, insufrible o simplona si escuchamos al autor señalar que su más reciente arremetida es intimista. Si solo es entendible por él, ¿por qué comunicarla a un público incapacitado para apreciarla?

Nada justifica publicar algo. Nada tampoco es suficiente para lo contrario.

La obra escrita y dirigida por Jorge Castro es un ejemplo de ambas disculpas. Supuestamente, qué podríamos reclamar allí donde su título ya nos dice que no pasa nada. Qué podríamos gustar de una obra que repite ser personal en todas las estupideces de que está compuesta, y donde el bestia insensible es siempre el espectador.

No niego que esta puesta me impuso un severo cuestionamiento ético. ¿Resulta admisible que el espectador -que luego esboza unas líneas en el blog de un amigo suyo- comente una obra que no haya visto hasta el final? ¿Es válido salirse de una obra porque le resulta de un bostezo insoportable? Estimé que no.

Aplaudí sin entusiasmo y por los actores. ¿Costará el doble representar una obra sosa, o ya es oficio? Me gustaron algunos chistes efectivos en la interpretación siempre sólida y estupenda de Miguel Iza. Manuel Gold me pareció bueno lo poco que salió. Cesar Ritter fue una novedad agradable (sobre todo en su relato final del hundimiento, conmovedor de veras). Lo mejor de la obra fue aquella delgada línea de Anneliese Fiedler donde, como pintó Courbet, todo comienza.


Abraham García Chávarri

1 comment:

Anonymous said...

Gordito mañoso.

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