Once y doce, Auditorio del colegio San Agustín, 12 de julio de 2008.
Cuando apareció –y sí que se hizo esperar- no nos bastó aplaudir con toda nuestra fuerza, sino que también fue imperativo, detenida la función sin ninguna culpa, hacerlo de pie durante largos minutos. Con qué facilidad el público se levanta por cualquier tontería –recordaba alguna ceremonia, y si norteamericana, más-, pero qué justificados estábamos ahora para eso. Celebrábamos a uno de nuestros ídolos y queríamos transmitirle con todo ese estruendo un gracias, maestro; gracias por su genialidad, gracias por regalarnos sonrisas y carcajadas con las cuales combatir a veces una Lima en la que solo garúa.
Con el perdón del maestro Gómez Bolaños, la obra es lo de menos. Es el pretexto que él nos da –nosotros lo tomamos más que agradecidos- para verle y disfrutarle. Lo demás, si la pieza de teatro es buena o mala (yo creo que es regular), es secundario o carece de importancia.
Chespirito representa la obra que ha escrito según las posibilidades físicas de un actor de casi ochenta años. Eso explica, para tristeza de su público, que no salga mucho en escena, mientras la acción gira entorno a otros personajes, acaso valiosos, pero absolutamente impertinentes para el fanático que reclama exclusividad. Sin embargo, no se entienda que está en declive y que asistimos a la despedida de un ancianito muy próximo al fin. Apreciamos a un autor-actor en el despliegue de su talento con los naturales límites de su edad. Está genial en el amago boxístico.
El maestro Gómez Bolaños se desenvuelve con naturalidad por el amplio escenario, y gusta de sentarse mientras dice sus parlamentos. Nos regala varios de sus gags, frases y especiales construcciones gramaticales. Él es un artista del lenguaje; emplea el castellano con soltura y autoridad. Como muchas veces lo ha hecho, aquí también las palabras tienen un papel importante, y casi protagónico en la segunda parte.
Chespirito ha tenido la cortesía de dos menciones nacionales. Pide un pisco y hay una referencia a Viviana Rivasplata. Pienso, me asalta el patriotismo, qué dirá cuando actúe en Chile, su próxima parada, ¿también querrá un pisco?
La obra consta de dos actos y un intermedio que es aprovechado por el público para comprar uno de los libros de don Roberto. La administración, inexpugnable como doña Florinda, comunica que el maestro Gómez Bolaños firmará las publicaciones en una sala de estar contigua, no libre al público. Y apúrese, usted, que solamente algunos pocos.
Terminada la función, muchos corren a la sección de los libros. La fila crece muy rápido y se pierde. Los pobres no saben que ya no habrá autógrafos, pero la aséptica voz del micrófono se encargará de eso (los fanáticos son muchas veces torpes). Chespirito ha tenido dos funciones seguidas aquel sábado y Florinda Meza, su Florinda cancerbera, le ha dicho al oído bueno que está exhausto.
Finalmente, la obra trata de…
Abraham García Chávarri
Cuando apareció –y sí que se hizo esperar- no nos bastó aplaudir con toda nuestra fuerza, sino que también fue imperativo, detenida la función sin ninguna culpa, hacerlo de pie durante largos minutos. Con qué facilidad el público se levanta por cualquier tontería –recordaba alguna ceremonia, y si norteamericana, más-, pero qué justificados estábamos ahora para eso. Celebrábamos a uno de nuestros ídolos y queríamos transmitirle con todo ese estruendo un gracias, maestro; gracias por su genialidad, gracias por regalarnos sonrisas y carcajadas con las cuales combatir a veces una Lima en la que solo garúa.
Con el perdón del maestro Gómez Bolaños, la obra es lo de menos. Es el pretexto que él nos da –nosotros lo tomamos más que agradecidos- para verle y disfrutarle. Lo demás, si la pieza de teatro es buena o mala (yo creo que es regular), es secundario o carece de importancia.
Chespirito representa la obra que ha escrito según las posibilidades físicas de un actor de casi ochenta años. Eso explica, para tristeza de su público, que no salga mucho en escena, mientras la acción gira entorno a otros personajes, acaso valiosos, pero absolutamente impertinentes para el fanático que reclama exclusividad. Sin embargo, no se entienda que está en declive y que asistimos a la despedida de un ancianito muy próximo al fin. Apreciamos a un autor-actor en el despliegue de su talento con los naturales límites de su edad. Está genial en el amago boxístico.
El maestro Gómez Bolaños se desenvuelve con naturalidad por el amplio escenario, y gusta de sentarse mientras dice sus parlamentos. Nos regala varios de sus gags, frases y especiales construcciones gramaticales. Él es un artista del lenguaje; emplea el castellano con soltura y autoridad. Como muchas veces lo ha hecho, aquí también las palabras tienen un papel importante, y casi protagónico en la segunda parte.
Chespirito ha tenido la cortesía de dos menciones nacionales. Pide un pisco y hay una referencia a Viviana Rivasplata. Pienso, me asalta el patriotismo, qué dirá cuando actúe en Chile, su próxima parada, ¿también querrá un pisco?
La obra consta de dos actos y un intermedio que es aprovechado por el público para comprar uno de los libros de don Roberto. La administración, inexpugnable como doña Florinda, comunica que el maestro Gómez Bolaños firmará las publicaciones en una sala de estar contigua, no libre al público. Y apúrese, usted, que solamente algunos pocos.
Terminada la función, muchos corren a la sección de los libros. La fila crece muy rápido y se pierde. Los pobres no saben que ya no habrá autógrafos, pero la aséptica voz del micrófono se encargará de eso (los fanáticos son muchas veces torpes). Chespirito ha tenido dos funciones seguidas aquel sábado y Florinda Meza, su Florinda cancerbera, le ha dicho al oído bueno que está exhausto.
Finalmente, la obra trata de…
Abraham García Chávarri
No comments:
Post a Comment