Sunday, April 15, 2007

Todo sobre mi agüelita


Conocí a mi agüelita en 2001; en esa época de experimentos universitarios me la crucé un par de días cuando grabó como actriz en un trabajo mío. Pero no fue hasta mediados del año pasado cuando me la volví a encontrar, ahora como compañeros de chamba en un novísimo canal de cable. Mi odisea estaba a punto de empezar.

Mi agüelita mantenía una tensa relación con el inexperto productor del programa: no se pasaban ni con vino. Y yo terminaría pagando los platos rotos. El productor me floreaba bonito y me decía que no le convencía el trabajo de mi agüelita y que yo tenía que escribir los guiones de un par de programas, que luego se convirtieron en cuatro y después en cinco. Y cuando menos lo esperaba ya tenía la responsabilidad de la mitad de los programas de la temporada y escasísimo tiempo para escribirlos. Mi agüelita, por supuesto, al enterarse, estaba echando chispas. Llegó a discutir muy feo con mi productor y luego iba a darle sus quejas a la dueña del canal. Pero nada. Al final, llegó un director que terminó por revolcar la trayectoria de mi agüelita. Simplemente no le gustaban sus guiones, así que los eliminó todos (previa conversa con el productor) y me comunicó que tenía que escribir los que faltaban pa´ "tapar el hueco" y completar la temporada. ¡Qué tal conc…! Mi agüelita empezó a declarar a los periódicos que estaba pensando abandonar el programa, que ya no se sentía cómoda y varias cosas más. A mí me había agarrado un odio visceral. A las justas me miraba cuando nos cruzábamos por los pasillos del canal y me contestaba el saludo con un seco “hola”. Ya tramaba su venganza, podía sentirlo.

El productor y el director grababan en dos y hasta tres días lo que debían hacer en uno. Y como la tele es un negocio y el tiempo es dinero, la dueña -que hablaba tan bien de ellos y decía que eran sus amigos- les dio una patada en el culo y los botó en one. Trajeron a un productor-director (todo en uno, pa´ ahorrar plata) de reconocida trayectoria, a pedido expreso de mi agüelita, quien regresó triunfal. Y, como era de esperarse, barrió con todos mis guiones, con los que estaba escribiendo y con los que iba a escribir. Les encontraba mil y una fallas y decía que no funcionaban, que los suyos eran mejores y que aprendiera de ella. Se regocijaba mandándome a escribir cosas que después descartaba. Yo, herido en mi amor propio, no tuve otra alternativa que… volverme su pupilo. La chamba está escasa, pues.

La verdad, la relación fue muy difícil y especial. Por momentos nos llevábamos muy bien y por momentos… no tanto. Hasta que una vez me invitó a almorzar, conversamos mucho (en realidad ella conversaba y yo la escuchaba) y me di cuenta que tras esa careta de vieja amargada y renegona había una persona buena y muy divertida. Me sorprendió que le gustara tanto la música salsa. Puso en su auto algo de Niche, si no recuerdo mal. Y sí que se vacilaba la tía. Otra vez, cuando le dije que me iba a quitar de la chamba, me pidió que me quedara (claro, otras veces me decía que trabajaba hasta las patas y que así no iba a durar mucho). En otra ocasión fui a su casa a dejarle algunas cosas que había olvidado en el canal. Me atendió muy bien y me presentó a su nieto. Un niño de poco más de dos años que era su adoración. Me alegró mucho verla en ese papel. Por fin mi agüelita era una agüelita de a de veras. Era humana.

Cuando cancelaron el programa y nos quedamos en la lleca pensé que nunca más vería a mi agüelita. Pero hace poco, en una reunión de trabajo, me la volví a encontrar. Toda sonriente, sentada en un sofá, con su bastón al lado.

-¿Y, Oscarín? ¿En qué andás, querido?- Me dijo, con ese zalamero acento argentino que solo va a dejar cuando se muera.

Ahora nos tocó hablar de las cosas sórdidas del mundo del espectáculo, que ella ha visto bien (y de todo) en sus cincuenta años de carrera. Hablaba siempre sería, con esa autoridad que sólo te dan los años, diciendo que sabe mucho y que debemos hacerle caso. Le pedí su currículum para un proyecto en el que estoy chambeando y en el que ella va a participar como actriz. Me dijo que lo buscara en la internet, que allí hay un montón de cosas sobre ella. No había tantas como decía, pero sí algunas muy curiosas. Encontré, sorprendido, una página donde afirmaban que llegó al Perú en la década del cincuenta, y donde se referían a ella como “una bellísima y despampanante vedette…”. Por supuesto, jamás mi agüelita sabrá esto. (Una vez fui testigo de su ira cuando alguien le insinuó tal cosa.) Ella es una reputada actriz devenida en libretista. Y, sobre todo, una abuela abnegada. Díganmelo a mí.


Oscar Aybar

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